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La respuesta a esta pregunta la brinda la propia trayectoria del músico argentino Oscar Aleman. Jazz, swing, guitarra de jazz, todas palabas que lo describen.
Surgió prácticamente de la nada. Nacido en el Chaco, una provincia del norte argentino, se hallaba muy lejos de las grandes ciudades donde florecían el jazz y, en general, las nuevas manifestaciones musicales.
Siendo básicamente un autodidacta, se abrió camino sobre todo en Francia y también en otros países de Europa. Este morocho supo ingeniárselas para extraer de la guitarra un sonido y un swing únicos, que lograron impresionar a los más grandes instrumentistas del género, en su mayoría norteamericanos, y que nadie pudo igualar tras su desaparición. Su figura sólo podría compararse con la del guitarrista de Gypsy Jazz Manouche, Django Reinhardt.
A la vez, sus dotes de showman y artista agregaban un condimento especial a su genial habilidad con la guitarra. Oscar Aleman era puro histrionismo.
Su natural integración al lenguaje del jazz, pese a los orígenes mencionados, constituye una razón más que válida para encarar la tarea de escribir un libro sobre su vida.
Pero además, tras regresar a su país, Argentina, alcanzó una popularidad pocas veces conocida entre los intérpretes de jazz Argentino y del mundo.
Pese a los años de ostracismo, desde fines de los cincuenta hasta fines de los sesenta, comprobó a su regreso que la popularidad y el cariño de la gente se mantenían intactos.
Se divirtió en los escenarios, jugando con el público y su guitarra hasta pocos días antes de su muerte, ocurrida en Buenos Aires en octubre de 1980.
Versátil en todos los ritmos, Oscar Alemán fue esencialmente un artista que encontró en la guitarra la manera de desarrollar su genio.
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